Cuando a Ani Vedia le halagan sus alfajores, despliega una sonrisa y se le llenan los ojos de lágrimas. Hay algo en esa historia, similar a la de otros emprendedores, que la emociona profundamente. Pero la de Ani es particular, no sólo porque en pocos meses su proyecto explotó sino porque le llevó muchos años de esfuerzo para activar un deseo que tuvo desde chica: estudiar cocina.